SARA G. ARMAS / Madrid
Una jovencísima Briggite Bardot veraneando en Benicássim en 1953 es una imagen que Manuel Vicent no ha podido quitarse de la cabeza en 55 años, y que mejor catarsis para tal obsesión que escribir una novela, su última novela ‘León de ojos verdes’, que no se atreve a llamarse autobiografía pero que tiene mucho de recuerdos que se confunden con sueños idealizados.
Vicent no fue era el único obsesionado en la época estival de 1959. Bardot, a la que le faltaban tres años para convertirse en estrella de Europa con ‘Y Dios creó a la mujer’, fue la atracción erótica de todos los adolescentes en efervescencia de aquel entonces, pero a ella sólo le seducía el cine. O al menos así lo cuenta el narrador de esta historia, un Manuel Vicent que una vez más nos transporta a un universo de belleza, luz y color, a través de la poderosa plasticidad de su relato.
El cuentista que narra su vida, o parte de ella, o parte de lo que le gustaría que hubiese sido, se hallaba “envuelto en una maraña de dudas sobre su personalidad”. Manuel fue un intruso curioso en el hotel Voramar, donde se hospedó la belleza desafiante de Bardot, en una retraída, ominosa y sórdida España de la post-guerra, que para el escritor fue un tiempo de transformación, de descubrimiento religioso de los sentidos: no sólo conoció el enamoramiento y el despertar sexual, sino también una incipiente vocación, la escritura.
El aprendiz de escritor en 1953, pero maestro literario en 2008, pone en práctica en ‘León de ojos verdes’ un buen humor materialista, carnal, que nace de la conciencia común de que vivir es agradable y nadie quiere morirse. El mundo perdido de 1953 parece a veces muy próximo, actual o eterno en su retrato de jerarcas del Régimen. La literatura se parece a la sesión de hipnosis a la que, como atracción hotelera, se sometió el joven Manuel en agosto del 53. Cuando contó su viaje submarino en estado hipnótico, robando monstruos y tesoros piratas de la Odisea y las novelas de Salgari, descubrió el gusto por la narración de viva voz y la atención del auditorio. Atención que un escritor del calibre de Vicent merece.
Nunca nadie supo contar algo aparentemente insignificante tan bien y con tanta sensibilidad. Manuel Vicent exprime la belleza de lo nimio con delicadeza y frescura, como la brisa de verano, la caricia de una madre o el olor de azahar.
A continuación, una breve explicación del autor sobre cómo convertir pequeños momentos y recuerdos en literatura:
El primer capítulo de 'León de ojos verdes', aquí.
El libro, editado por Santillana-Alfaguara ya está a la venta en librerías. Y también puede adquirirse on-line aquí.
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